FELICIDAD Y TOLERANCIA

Yo soy muy exigente” me decía alguien de mi círculo de amigos hace unos días, para justificar sus problemas personales. Una expresión que cobra el mejor de los sentidos en entornos profesionales competitivos, pero que en el terreno de las relaciones personales, equivale a algo así como decir “nadie está a mi altura, siempre me defraudan”. Por tanto, no elevan al que las pronuncia, sino que delatan lo mucho que necesita para sentirse bien con los demás. “No es cuestión de ser tan exigente, sino más tolerante”, le repliqué.

Este detalle tal vez no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser porque esa misma semana asistí a la presentación del libro de Genpo Roshi en Barcelona,"Gran Mente, Gran Corazón"”, durante la cual aquella densa conversación de días atrás volvió a mi memoria. El maestro zen explicó cómo a los occidentales nos domina el hemisferio cerebral izquierdo –racional, práctico, egoísta- mientras que la verdadera consciencia se encuentra en el hemisferio derecho, donde reside el conocimiento de lo esencial. Para vivir la experiencia de la felicidad, debemos pues hacer el salto del hemisferio izquierdo al derecho, y pasar de la voz del ego “exigente” a la voz del ego “tolerante”. Roshi relató que cuanto menos exigimos a los demás, más en armonía vivimos con la Gran Mente y, en consecuencia, más felices somos. Exigir demasiado es un reflejo del descontento con nosotros mismos, mientras que tolerar es aceptarnos y sentir desde el Gran Corazón.

Sencilla pero gran enseñanza, que debería aplicarse en el exigente mundo de las relaciones modernas. Cuanto más amamos, más exigimos, y es ahí donde nos equivocamos, porque no es mejor quien más tiene, sino quien menos necesita.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es cierto Laura, los occidentales nos (sobrepre)ocupamos de lo material y solo caemos en la cuenta de la trascendencia de la existencia cuando la vida nos da palos, y eso me hace pensar que practicamos tan poco el conocernos, en descubrir lo importante de la vida, que luego no estamos (pre)parados para los sucesos de la vida.