SE HACE CAMINO AL ANDAR

Al andar se hace camino, y al mirar la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, que decía Machado.

Eso pensaba yo cuando me embarqué en el Camino de Santiago este agosto. Escogí mal mis compañeros de viaje, que no hacían camino al andar, sino que andaban para hacer “el camino”, sin pararse a ver sus paisajes, sus iglesias, sin oír la voz de aquellos lugareños que tenían tantas historias que contar. La precoz orgía de kilómetros pudo con mi espalda, que no aguantó el peso de mi mochila. Bendita espalda, que tuvo que lesionarse para darme una razón de causa mayor que me obligase a parar aquella penitencia de carrera sin paisajes. Dejé que las riadas de peregrinos veraniegos que competían por llegar los primeros siguiesen su loca marcha cronometrada, y en mis tres días de retiro lo que avisté con claridad fue la senda que no he de volver a pisar. Y no me refiero a esas preciosas tierras, sino a las mías, al camino recorrido, a esa mochila que a veces tanto nos pesa pero que cargamos con la espalda rota a base de medicamentos que nos ayudan a adormecer el dolor.
Sabia lección que he de agradecer a mi espalda. A la vuelta, el pasado me estaba esperando en forma de llamada telefónica… para comprobar tal vez si la lección estaba por fin aprendida.

Caminante, no hay camino. Tan sólo estelas sobre el mar.

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